Berlin y Viena, una serie de amistades y reencuentros fugaces.

En mi semestre de intercambio, que en vez de 4 meses se extendió a 8 por la naturaleza del programa y mi decisión de quedarme 2 meses más en Viena (Austria), comencé muchas amistades que quedaron a medio andar por cuestiones de tiempo. En Berlín me quedé dos meses, y me encontré con una colombiana de muy buen corazón llamada Lizeth, con la que pasé el tiempo junto a Tania, una chica rusa de nacionalidad mongola muy divertida y amable. Diferente a lo que pensarían (y lo que yo mismo esperaba), entre los 3 hablamos alemán la mayoría del tiempo. También forjé una buena amistad con las tres ‘mentoras’ que estuvieron allí. Su trabajo implicaba ser carismáticas y hablar alemán con nosotros, por lo que temí que la conexión que teníamos tuviera la rigidez de un globo que se explotaría apenas finalizado el programa, pero acabé manteniendo un buen contacto con dos de ellas y las visité ya más entrada la primavera. En eso podría resumir dos meses en Berlín, pero sería injusto con la familia Camacho que me recibió un par de veces, y con los que gocé hablando en costeñol en un hogar berlinesco, que parecía una mini-reproducción de Cartagena, y a la vez del mundo entero. También sería injusto con el grupo de estadounidenses que llegaron más tarde y con los que compartí unas cuantas risas, con Grecia de México, y Arda de Turquía. Incluso con Medea, que solo la vi en clases, y la profesora de alemán de las últimas dos semanas, que aunque ya me olvidé de su nombre, todavía me acuerdo de sus chistes. Fue refrescante en Berlín por supuesto, las tres veces que vi a Eva, una vieja amiga uruguaya de mi internado en Canadá con la que siempre he podido hablar desde el alma, y no en Berlín sino en Gottingen, me reuní con Marlene y su familia, también una amiga del internado, con quién pasé el año nuevo. Encontrarse con amigos viejos tiene la dulzura de saber que esa gente que creías que te quiere, todavía te quiere y te seguirá queriendo un rato más. Los amigos nuevos tienen la chispa del descubrimiento, de la ilusión, pero para mí viven en la sombra del que será. Ese hilo fino con el que percibo las nuevas conexiones es muy probablemente un sesgo, o mejor, una distracción que me impide vivirlas en un 100% en el momento mismo, en el hoy mismo. 


Pero el punto es que los dos meses en Berlín, en los que compartí habitación con un chico británico de muy buen carácter, y con él que también practiqué alemán, llegaron a su fin. Comenzó mi aventura en Viena, en donde entré de lleno a la universidad y al deporte en los tiempos libres. Berlín se sintió como un internado o un campamento de verano, pero Viena se sintió un poco mas como la vida real, aunque tal cosa no sea más que una idea. Las primeras nuevas conexiones fueron emocionantes. En mi curso de climbing y otro de voz, que terminé abandonando, sentí que había conectado de lleno con dos chicos austriacos con los que me imaginé formando una amistad en las calles de Viena, en las que además hablaría alemán y quizás incluso un poco de jerga Vienense. Pero el tiempo tiene sus ritmos y las luces en primavera son siempre optimistas. Al final, Viena se tornó un poco más como Berlín, una serie de amistades fugaces. Con Elena (otra Elena) y Vildan a quienes conocí a través de un grupo para estudiantes internacionales, viajé a Budapest. Con otras dos personas distintas estuvé en Praga. Me llevé muy bien con Iona, de alemania, con la que regresé a Checoslovaquia para conocer la ciudad de Brno, y que al final me terminó recibiendo en su apartamento por unos días entre una renta y otra, en los que no tenía casa ni ánimo para rentar un hotel. Ojalá esta última (y en realidad todos los que mencionó en este artículo) me visiten en Colombia para seguir conociéndonos y compartiendo nuestros países y nuestros lenguajes. 


La razón por la que la mayoría de los que menciono aquí son europeos fue porque en Viena me uní a un grupo de Whatsapp de Erasmus/Vienna, que reúne a estudiantes europeos de intercambio en la ciudad, y a unos cuantos otros colados como yo. Pero en realidad, la única amiga estable que tuve en el programa fue una colombiana, por que las y los otros, regresaban a sus hogares después de unas cuantas semanas justo cuando empezábamos a conectar, como Elena y Ezster, las mentoras de Berlín. A Manuela ya la conocía porque el mundo nos había puesto juntos en dos (y ahora tres) escenarios totalmente distintos. Primero en Turbaco, donde ella fue la primera en ganarse una beca a un internado en el exterior que 5 años después yo también gané. Aunque nunca hablamos, me di cuenta que ella, estaba haciendo sus prácticas post-universitarias en la misma ciudad donde yo comenzaba mis estudios: En la ciudad más fría de gringolandia, Saint Paul, Minnesota, nos vimos apenas dos o tres veces. Con la suerte de que ella comenzó su Master en el mismo lugar en el que yo hoy me encuentro en intercambio, pude contar con una amiga de principio a fin en mi semestre académico en Viena. Fuimos juntos a Capoeira y a climbing y visitamos más restaurantes de lo que el monedero hubiera querido. Además con la suerte de que a través de ella conocí a varias otras personas, con las que pude compartir. Manuela es amiguera y de buen corazón, por lo que juntaba a gente con gracia, y le alcanzaba el tiempo para forjar varias y diversas amistades al mismo tiempo. También me tuve que despedir de ella, por que yo me quedé para las vacaciones del verano mientras ella regresaba a Colombia, no sin antes dar unas vueltas por europa. 


PD: En lo que me queda de palabras, también menciono que la pase muy bien con los amigos de mi padre que visitamos en familia a principios de junio, Gregor, Andy y las tres generaciones de su familia, con la que me llevé muy bien, desde los más jóvenes como yo, hasta los mas viejos como mis abuelos. Una muestra de que las buenas y alegres interacciones no tienen porque limitarse a un grupo de edad. Y también, que no tenemos que escatimar afecto con aquellas personas con las que sabemos de antemano qué vamos a pasar corto tiempo, pues son también parte de la sumatoria de memorias y experiencias que construyen la vida. Para mí en especial por ser una de las primeras veces en que me sentí pleno y capaz de conocer personas en el idioma alemán, lo que justifica en parte la dureza del camino con esta lengua. Regresando a mi grupo de edad, menciono aquí una vez más a Elena que me recibió en Italia, donde también hablé mucho alemán (probablemente más que en cualquier otra parte). Le reiteró una vez más la invitación a visitarme donde sea que yo esté. Sobre Daniel y Miles, que se quedaron conmigo en Viena no me extiendo, porque siempre estamos en contacto. A Nicolás que fue el primero en visitarme, también le mandó un abrazo. A Chaim, Ritsuki, Alex e Idunn, fue un placer verlos en Londres, y a Maha, en París. A mis primos ingleses-alemanes, terceros y segundos, les mando un abrazo grande. A Ellen, a su hermano (cuyo nombré se decir pero no deletrear) y a Anna, con los que pude hablar y regocijarme de por fin hablar en alemán, después de que hace ya 4 años me recibieron en su hogar por 6 meses y yo era incapaz de seguir y responder la velocidad que ustedes manejaban en este idioma bárbaro, espero verles otra vez, ojalá también con Jette y con Jule. A mi tío y a mi prima Laura, con la que siempre hablaré en español porque la conozco mejor así que en alemán. A Laiao, que lo voy a seguir viendo. A Despina y a Marco, que espero verles por las calles de Viena una vez más. A los de Climbing. A los de Capoeira. A todos de Humbolt. A los de Macalester, con los que poco compartí fuera de clases porque necesitaba un descanso de gringolandia, pero que también hicieron parte y espero volverlos a ver en Minnesota. A Vero y a Carolina, la amiga de mi madre con la que compartí un día en Venecia. Etc. Etc. A mi padre, a mi hermano, a mi hermana y a mi madre, con los que por fin y por primera vez pudimos estar todos al mismo tiempo en Europa. Y a todas las demás almas amables con las que compartí apenas un instante, una interacción, cuyos nombres no sé, pero cuyos rostros recuerdo porque hicieron parte de los pequeños detalles y momentos felices en medio de los viajes por tren o metro. A Louise de Capoeira, cuye nombre había olvidado hasta ayer que la encontré por casualidad, en un momento crítico porque era de noche, no había transporte público y yo no tenía batería para pedir un uber o efectivo para agarrar un taxi. Son encuentros fugaces, casuales, que juntos son parte de una experiencia más profunda con aquellas personas a las que ya conozco mejor, pero alguna vez también apenas me acordaba de sus nombres.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Capítulo Uno: Indigenismos en nuestra lengua

3 días en Sarajevo

El color de la verdad