Las palabras no dichas
A veces quisiera tomarme un café con las palabras no dichas. Reconciliarme con lo que no dije, lo que no expresé, lo que no comuniqué. Me pregunto cómo tomaría forma esa avalancha de cosas que no salieron de mi cabeza. Sin duda una de esas figuras encarnaría la queja. De todo lo que me quise quejar y no me quejé.
Otra encarnaría el deseo insatisfecho. Todas las personas que me parecieron atractivas pero no me correspondieron. Todas las percepciones superficiales y racializadas de la apariencia, que a veces benefician y a veces castigan.
Otra sería el amor puro. Las veces que quise abrazar y no abracé. Las incontables amistades entre hombres que se privan del tacto. Otras cuantas amistades con mujeres en las que también el tacto falta porque los cuerpos de ellas están increíblemente sexualizados, y a los hombres no se nos ha enseñado a abrazar sin acosar; lo que dificulta una cultura de contacto.
Otra tendría un sombrero vueltiao y se vestiría de amarillo, azul y rojo, los colores de la bandera colombiana. Tatuado en su cuerpo desnudo se leerían los nombres de todos los corruptos que no he denunciado por miedo a poner a mi familia en peligro, pero que someten mi pueblo a la miseria, que se traduce en violencia, y por tanto me impide desplazarme con libertad. Afectan con su corrupción mi libertad de esparcimiento. Aparecerían allí también los nombres de conocidos que mantienen su posición social a través de contratos podridos, o aquellos que hoy legitiman con negocios prósperos pasados vergonzosos. No lo haría para poner a nadie detrás de las rejas, porque de todos modos la justicia no funciona. Sino para derrumbar las fachadas y las apariencias que ensucien a nuestra sociedad. Lo haría sobre todo para desahogarme y respirar la libertad que significa la palabra publicada, aquella que no duerme en el lapicero.
Otra encarnaría los delirios de superioridad. Las veces que me he creído mejor que otros sin serlo. Los conocimientos a los que no tengo acceso porque no he vivido vidas y luchas ajenas. Los defectos y errores que engaveto para mantener una imagen pulcra. Mis prejuicios de raza, clase y género. Las preguntas que evito formular para que no descubran que una parte de mí, a pesar de mi a apariencia de académico y educación internacional, todavía no logra deconstruirlos.
La otra figura de las palabras no dichas sería una argamasa ficticia de las oportunidades, las personas y las parejas, que de haberme mostrado a mí como soy, habría tenido y disfrutado.
La última es el presente, una figura tonta y sabia. Sabia porque no actúa en base al impulso. Tonta porque a veces conoce algunas verdades, pero se convence de actuar en contravía.
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